¿Que la imposición del nombre les concedía el dominio de las pasiones empozadas en los orígenes de la especie, logrando consecuentemente el desalojo del mal? Los niños sin un apelativo que los distinga son como alimañas donde persiste el infortunio. Clavando su furia en tales creencias, Paulina decidió condenarlo. Sin nombre ni marcante, para ella y el resto de la colonia, el bastardo sería siempre la cría del mbayá.
En este momento, miraba a su compañero tal y como si se hubiera llevado a la muerte lo poco que quedaba de todo el mundo, y a él ya no le fuera posible desmalezar el monte sin su asistencia. Derrumbar los troncales tiernos, abrasar los gajos, desbandara los indios si aparecían por el campamento, formaba parte de una rutina que se cerraba al sentarse a silenciar las penas; las penas de los otros, que eran las propias y las de todos los hombres. La licencia del beneficiador era por seis meses, mas habían pasado tres años desde aquella mañana.
Resumen Del Libro De Horacio Quiroga
Buscó con detenimiento en el fondo del viejo baúl; desapilonó los trapos que olían a pacholí; extendió las ropitas de Bernarda, un escapulario de su madre, el jazmín mango de su ramo de novia, encontrando por último el atado minúsculo. Lo mantuvo cuidadosamente y lo contempló con fervor. La gamuza descolorada manaba un perfume triste, un dulzor similar a la parralera que se quedó sin frutecer en el patio de atrás de su memoria. Desenrollando el género impregnado de humedad, contempló la figura de greda, los deditos quebrados en las manos sueltas, la sonrisa de los dioses que se encarnan para querer. Lenta, rítmicamente, la congoja empezó a fluir de aquellas curuvicas mientras que ella iba recomponiendo sobre una tabla que oficiaba de repisa el cuerpo de aquel niño que había salvado al planeta. En el momento en que le dispararon en la Rinconada del Arrecife sin herirlo, no se extrañó.
En la parte de atrás había una habitación muy silenciosa, pero que parecía sacada de un palacio por el hecho de que estaba llena de estatuas. Las paredes de la casa, aunque no estaban resquebrajadas, eran muy frías, y al atravesar las habitaciones resonaba un eco que hacía parecer que la vivienda estaba abandonada. Las ilusiones de Alicia se desvanecían poco a poco por culpa de la actitud de su marido; los sueños de niña sobre de qué manera sería un matrimonio fueron asesinados por la realidad. Sin embargo, si bien Alicia temía a Jordán por lo malhumorado que regresaba siempre del trabajo, asimismo lo amaba y quería continuar con él. Jordán, por su lado, también amaba a Alicia con locura, si bien en ocasiones costaba creerlo porque nunca se lo decía. El cariño y la desaparición se mezclan en una trama simple pero agobiante, en la que el creador, a través de un cuento de terror, narra la ansiedad del amor, la idealización del matrimonio y la impotencia de un hombre que pierde poco a poco a su mujer sin comprender por qué, y sin entender cómo evitarlo.
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Con él anduvo trajinando de toldo en toldo, de comandancia en prostíbulo; por donde hiciera falta su trabajo de comadrona, madre grande de todos y cada uno de los huérfanos y malentretenidos, fueran blancos o negros, indios o mulatos, olvidados de Dios. De ella aprendió Teo que todos los hombres son iguales, sin importar lo más mínimo sus pecados o el color de los cuerpos. La silueta de Paulina le salía al acercamiento detrás de esas flores de olor lánguido, que ella aferraba dulcemente con ambas manos sobre la cintura dilatada, sendero de la iglesia. El día de la boda, frente al cura, con aquella sonrisa que ocultaba sabiamente lo que absolutamente nadie sospechaba todavía, ella le pareció exactamente la misma Virgen apeada del altar, ofreciéndole el niño que llevaba adentro. De aquellas corolas indolentes, que el viento sacudía a veces, se desprendían los augurios dichosos de ese momento; el vozarrón de sus amigos palmoteándole la espalda, porque se había casado con una mujer de primera; el cuchicheo de las primas.
Ese presagio de rajadura le encabrita la sangre, donde empuja con mucho más vigor que nunca la resolución de llevarla. La quiso desde el momento en que la vio, inmóvil como un poste vestido de azul, y no era sino más bien unos cuantos ojos enormes contemplándolo con curiosidad en frente de la iglesia. Cómo se reía entonces desde su distanciamiento precario, cuando él calzaba la bola en el balero, alardeando de una habilidad eficaz. Ahora se recrea con ese plin plin de la uña contra la piel tirante; sobre todo cuando ella se escurre fastidiada de su juego y de tanta espera. Insiste, sin embargo con placer en el redoble, seguro de que lleva adentro algo de el que a absolutamente nadie más pertenece, y que absolutamente nadie le va a poder arrebatar. El acoso, como un tigre al acecho, ojea, aguarda, se precipita.
Llevaba el pantalón atado a la cintura con una cuerda e iba descalzo como buen hijo de la tierra. Tenía colgada de la comisura de los labios una expresión calculadora, como de regreso. Con el tiempo se percató de que Eulalio preservaba la sangre fría en las ocasiones riesgosas o se echaba sobre cualquiera que procurase embromarlo, con exactamente la misma facilidad con que cubría a la mujer que le gustara, sin que esta opusiese resistencia.
El razonamiento de la novela es el relato de una familia paraguaya del siglo XVIII que emigra hacia el norte del país para colonizar unas tierras dominadas por los indígenas y fronterizas con las del imperio lusitano. Esta colonización fue promovida desde el gobierno virreinal para facilitar el que se instalase al lado de esta frontera el mayor número posible de pobladores con la intención de fijarla y de no dejar que el Imperio de Portugal -el futuro Brasil- siguiera expandiéndose. Hacia Concepción parte una familia corriente; Chopeo con su mujer Paulina y con el perro Yacaré. En el momento en que empiezan la colonización nace su hija Bernarda, ser que escapa de lo común al estar dotada de poderes de videncia y por su carácter rebelde. En el desenlace, sólo queda la escapada de la familia protagonista para volver a ser unos «vagos sin tierra», cumpliendo el eterno retorno a la situación inicial de la novela.
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Sólo desde la altura se siente el tiempo que late sin haber empezado a transcurrir. Ella puso los ojos sobre la repisa del santurrón y, persistiendo en su enojo, trató de no hacerle caso. ¿De qué manera soportarse el impulso de saltar sobre aquella novedad?
Las bandas avestruceras, que se fueron retirando poco a poco pero inexorablemente de sus asientos primitivos hacia los presidios portugueses, pendulaban entre los desalojos sorpresivos y las visitas rapiñeras, desde la depredación a la masacre. Las ansias de dominio de la Corona trastornaron la prudencia de los súbditos. Incitados por ocultos propósitos, los lusitanos acordaron con el peligro y durmieron con el beneficio. Con hierro y espejos, plata y abalorios, seducían el ánimo de los idólatras, hostigándolos contra los españoles, que, ladinos, también sacaban su provecho. Si al inicio procuraron el trueque de hachas y telas, después demandaron armas de fuego y parte de su hacienda como garantía de una pacificación que portaba en sí el germen de una insolencia visceral.