Cuentos Inventados Con Inicio Desarrollo Y Final Para Adolescentes

Tenía que cumplirla por espacio de un año, lo que piensa una enorme suma de perdida felicidad; un año de beatitud es un infinito de goces y recursos que no tienen la posibilidad de vislumbrar ni remotamente nuestros sentidos groseros y nuestra ruin imaginación. Sin embargo, el ángel, sumiso y pesaroso de su yerro, no chistó; bajó los ojos, abrió las alas, y con vuelo pausado y seguro descendió a nuestro mundo. Acudí a los paseos, frecuenté los teatros, acepté convites, concurrí a saraos y tertulias, y hasta procuré diversiones de vuelo bajo, a forma de hambriento que no distingue de comidas. Entonces Eva, que no se dormía, mandó construir altísima torre bien resguardada con cubos, bastiones, fosos y contrafosos, protegida por guardas veteranos, y con rastrillos y macizas puertas chapeadas y claveteadas de hierro, cerradas día y noche.

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Sucedió lo contrario; en los inacabables coloquios junto a la chimenea, en el períodico tortoleo, el apasionado corazón de Elisa se dejó apresar para siempre, y Adolfo aseguró la presa de la acaudalada chavala. Tras meditadas y estratégicas maniobras por la parte del novio, llegó el momento de la fuga, preliminar del casamiento. Porque ahora ni él ni ella podían escapar del cuarto, ni bajar las escaleras, ni comer en el comedor. Postrados y exánimes, les traían el agua mineral en un vaso puesto boca abajo sobre un platillo; últimamente, hasta no se atrevieron a tomar, y el médico, presintiendo fatal desenlace, advirtió que convendría atender al alma, señal la mayoria de las veces funestísima para el pobre del cuerpo. Las mujeres que le habían burlado y descuidado eran, sin duda impropias de su amor; pero tampoco él, Fausto, el poeta, el soñador, el ave, se había tomado el trabajo de quererlo inspirar, ni menos de sentirlo. Quien sólo proporciona llanuras candentes y peñascales yermos, no extrañe que el viajero agotado no se siente a descansar, ni desee dormir larga y dulce siesta, como la que se duerme a la sombra de las palmeras verdes, al lado del fresco pozo…

La Última Ilusión De Don Juan

Volví a casa, entré en el cuarto de la chavala, la cogí por el pelo y debí de pegarle bastante, pues gritó y estuvo mucho más de una semana con una venda. Entonces, con acerba ironía, la madre se mofó de Laura, que pensaba, la muy ñoña y la muy necia, garantizar el pan por medio de tarea incesante y constantes vigilias. ¡Ah, si no fuera tan boba y tan mala hija -teniendo aquel talle, aquel rostro y aquella aniquila de pelo como oro cendrado, que llegaba hasta los pies-, no dejaría que su madre se desmayase por falta de alimento! Al oír estas insinuaciones, Laura se estremeció de vergüenza y quiso responder enojada; pero recordando que su madre se encontraba en ayunas desde hacía muchas horas, se cubrió la cara con las manos y rompió a sollozar.

Irene, fascinada, trastornada, tal y como si hubiese bebido zumo de yerbas, tardó, no obstante, seis meses en acceder a una entrevista a solas, en exactamente la misma casa de Camargo. La sincera resistencia de la pequeña fue causa de que los perdidos amigos del poeta se burlasen de él, y el orgullo, que es la raíz venenosa de determinados romanticismos, como el de Byron y el de Camargo, inspiró a éste una apuesta, un desquite satánico, infernal. Pidió, rogó, se alejó, volvió, dio celos, fingió planes de suicidio, e logró tanto, que Irene, atropellando por todo, consintió en asistir a la peligrosa cita.

Sor Aparición

Los cuentistas que me han facilitado estas fórmulas son el más destacable exponente de ese movimiento. Pero hay considerablemente más, cientos, yendo y viniendo por esa geografía encantada a la que se accede con una llave tan sencilla como el “había una vez” y de la que se sale con cualquiera de estas fórmulas finales que nos sacuden el encantamiento para ubicarnos nuevamente en el aquí y ahora cotidianos. El “había una vez” y el “fueron contentos y comieron perdices” son ámbas fórmulas más extendidas con las que la tradición oral en castellano acuña el principio y el desenlace de los cuentos, pero el repertorio es vastísimo. Por el hecho de que, como dijera don Ramón Menéndez Pidal, la cultura clásico vive en variantes, esto es se multiplica.

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La tía me miró entre benevolente y también irónica, y al fin, cediendo a la gracia que le hice, soltó el trapo, con lo que se desfiguró y puso patente la espantable anatomía de sus quijadas. Reíase de tan buena gana, que se besaban barba y nariz, escondiendo los labios, y se le señalaban 2 arrugas, o mejor, 2 zanjas hondas, y mucho más de doce pliegues en mejillas y párpados. Al tiempo, la cabeza y el vientre se le columpiaban con las sacudidas de la risa, hasta el momento en que al fin vino la tos a interrumpir las carcajadas, y entre risas y tos, involuntariamente, la vieja me regó la cara con un rocío de saliva… Humillado y lleno de repugnancia, huí a escape y no paré hasta el cuarto de mi madre, donde me lavé con agua y jabón, y me di a pensar en la dama del retrato.

Pienso que, por este motivo, pierde fuerza y se transforma en una simple muletilla con la que caracteriza el inicio de sus cuentos. Tal es el caso del narrador cubano Garzón Céspedes a quien escuché hace varios años la fórmula repetida tres ocasiones en sus cuentos. Pero lo que podría ser un rasgo de singularidad, me pareció una tic de reiteración chocarrera en el momento en que, en la segunda una parte de aquella contada, los escuchantes comprobamos que el maestro se la había impuesto a sus estudiantes. Comprendí entonces que, también entre los narradores orales, había clónicos perfectos.

Fausto iba a pasar sin hacer caso; pero una sensación indefinible de curiosidad cruel le empujó al remolino. Creyó que la verdad es madre de la poesía, y que en ocasiones del hecho más vulgar salta la chispa generadora. No sin algún trabajo logró abrirse camino, y ahora en primera fila, pudo ver lo que causaba el desconcierto de aquel gentío humilde. Nunca sabía el ratón, en aquel juego de veleidades, si iba a ser acogido con demostración tierna y mimosa o con feroz y desdeñoso zarpazo; y en los amados ojos de la esfinge tan pronto veía piélagos de voluptuosidad y relámpagos de risa, como destellos de ferocidad y chispazos sombríos y crueles. En más de una ocasión creyó ver que las patitas blandas y muertas se crispaban de pronto, y que bajo lo afelpado de la piel brotaban uñas de acero.

Regresé a mi casa a la hora de práctica, y al sentarme a la mesa, mi primera mirada fue para las orejas de Lucila. Di un salto y lancé una interjección al ver que faltaba del diminuto cerco de refulgentes una de las perlas rosa. Entre las noches en que no bajaron las vecinas -noche de mayo, tibia y estrellada-, estando el balcón abierto, y accediendo el perfume de las acacias a embriagarme el corazón, me tentó el demonio mucho más fuerte, y resolví declararme. Ya balbucía entrecortadas las expresiones, no precisamente de pasión, pero de adhesión, rendimiento y ternura, cuando Leonor me atajó diciéndome que se encontraba tan cierta de mi leal amistad, que deseaba confiarme algo muy grave, el horrible secreto de su historia. Suspendí mis confesiones para oír las de la dama, y me fue poco grato oír de sus labios, trémulos de vergüenza, la narración de un episodio amoroso. De a poco, jueves tras jueves, fui tomándome un interés egoísta en la solución del inconveniente.

La Ovejita Que Vino A Cenar

A toda costa deseaba eternizar su ensueño, ver siempre a Estrella con rostro murillesco, de santita virgen de veinte años. Las epístolas de Don Juan, a la realidad, expresaban vivo deseo de llevar a cabo a su prima una visita, de actualizar la charla exquisita; pero como absolutamente nadie le impedía a Don Juan efectuar este propósito, hay que creer, ya que no lo hacía, que la gana no debía apretarle mucho. El viento silbaba cobarde y airado, la lluvia caía tenaz, ahora en rachas, ahora en fuertes aguaceros; y las dos o tres veces que Marta se había atrevido a acercarse a su ventana por ver si aplacaba la tempestad, la deslumbró la cárdena luz de un relámpago y la horrorizó el rimbombar del trueno, tan encima de su cabeza, que parecía echar abajo la vivienda. Nuevamente, Ana Llenasdeja un libro para adultos escondido bajo la cubierta de la literatura infantil. Las pérdidas a las que nos enfrentamos durante toda nuestra vida cobran particular importancia en este cuento para pensar en el que la autora habla de la resiliciencia y la capacidad de sobreponerse a la adversidades. Los desplegables del cuento para pensarde Giles Andreae invitan a los pequeños y niñas a superarse, les enseñan que es requisito trabajar para conseguir sus objetivos, pero también que, si bien fallen en el primer intento, pueden conseguirlo.